Por Andrés Mejía
Algunas de las reacciones de las personas que defienden las corridas de toros están mal orientadas o son insuficientes.
El alcalde de Bogotá Gustavo Petro acaba de poner sobre la mesa de discusión el problema de las corridas de toros, y ha anunciado que las empresas distritales no las apoyarán. Yo declaro mi absoluto respaldo a esa decisión del alcalde, así como a la propuesta de avanzar hacia una prohibición. Ahora bien, he oído o leído de algunas de las personas que desean que continúen las corridas de toros en su forma actual, frases como "al que no le gusten, que no vaya" y "los que están en contra deberían ser coherentes y además ser vegetarianos". Quiero en este breve escrito referirme a esas reacciones, para intentar mostrar por qué están simplemente mal orientadas o son insuficientes.
"Al que no le gusten las corridas de toros, que no vaya". Por supuesto, están en juego gustos, o preferencias distintas de diferentes personas. Pero ponerlo en términos de gustos es enredar la discusión al ignorar el carácter moral del juicio que está involucrado. Voy a distinguir aquí tres tipos de desacuerdos entre preferencias. El primero es aquel en el que a mí no me gusta algo que a otro sí, pero no tengo ningún juicio moral acerca de ese gusto. Aquí no hay correcto ni incorrecto, mejor ni peor, verdadero ni falso. Si a mí no me gusta comer chontaduro porque me parece demasiado seco, pero a otras personas sí, no hay ningún problema ni con ellas ni conmigo: entre gustos no hay disgustos. Un segundo tipo de desacuerdo es aquel en el que sí tengo un juicio sobre las preferencias o elecciones de otras personas, pero creo que el daño moral no es tan grave y que debe respetarse la elección libre de cada uno al respecto. Y no meterse, o al menos no para imponer. Por ejemplo, yo puedo creer que es ridículo gastar millonadas en relojes de marcas famosas solo para presumir, pero aceptar que otros lo hagan como resultado de su libre elección. Por último, hay desacuerdos en los que lo que está en juego es tan importante en un sentido moral, que no meterse es simple negligencia. En un ejemplo extremo, nadie hoy en día (espero) diría algo como "al que no le guste la pedofília que no la realice". Los gustos aquí están fuera de lugar.
La reacción "al que no le gusten, que no vaya" supone que el desacuerdo es de alguno de los dos primeros tipos que mencioné. Pero no lo es. Lo que está en juego es el sufrimiento de un ser que siente, no solo en la muerte al final de la faena sino también antes y durante esta. Eso es suficiente como para pensar que sí es necesario meterse, y que no es una simple cuestión de gustos. Son las condiciones en las que los toros son criados y preparados las que debemos juzgar humanamente. Y como los toros no pueden hablar por sí mismos, necesitan que alguien los represente.
"Los que están en contra deberían ser coherentes y además ser vegetarianos". Por supuesto, tiene todo el sentido exigir coherencia en pensamientos y acciones, tanto a nosotros mismos como a los demás. El problema en el argumento en este caso es que eso, aunque sea cierto, no cuenta como una razón a favor de las corridas de toros. Para ponerlo de manera directa: ser coherentemente malo no está bien. Que para ser coherente y poder comer carne tranquilo yo aceptara que haya corridas de toros, no le va a hacer ningún bien a los toros. Y eso simplemente no tiene nada que ver con la justificación de las corridas.
De otro lado, no estoy siquiera seguro -en realidad no lo sé; aquí entro en duda genuina- de que estar en contra de las corridas de toros implique que uno debería estar en contra de comer carne también. Aceptar que algo es negativo no significa que siempre esté mal hacerlo: con frecuencia en las situaciones de la vida entran varios bienes o valores en oposición. Estas situaciones son las que se suelen llamar "dilemas". En ellos es usualmente inevitable resignarse a que al final no todo sale bien, y lo que buscamos es minimizar lo negativo y maximizar lo positivo. Pero entonces tenemos que ver que los bienes y valores que se contraponen en ambos casos -corridas de toros y comer carne- son diferentes, y por lo tanto los análisis que tenemos que hacer son diferentes. Lo que entra en oposición a los problemas de lo que sienten los toros, las vacas y otros animales es en un caso la existencia de una forma de entretenimiento que es una tradición cultural; y en el otro, una forma de alimentación (que es necesaria para sobrevivir), pero para la cual existen alternativas. Lo que tenemos que sopesar en ambos casos es simplemente diferente. En todo caso, para la producción de carne y otros productos de origen animal hay maneras de criar y matar a los animales que al menos intentan reducir el daño infligido. Y sobre esto no tengo duda de que los ciudadanos deberíamos ejercer más presión.
Ahora bien, ¿por qué no tener una forma de corridas que respete unas condiciones básicas de humanidad con los toros? Claro; la tradición tendría que cambiar de manera muy significativa; pero ese sería el precio de avanzar hacia una cultura más humana. La cultura hay que honrarla, pero también hay que mejorarla.
Por Andrés Mejía